Querido Ignacio:
Cuando tomé la
palabra el jueves pasado, en el turno de respuestas a la intervención de tu
madre, quise aclarar que no fue mi intención criticar un exceso de ambición en
los objetivos del Proyecto de Investigación que presentó ante el Tribunal. En
absoluto fue esa mi intención, sino la de remarcar que el afán investigador que
reflejaba es el denominador común de todos los que, por vocación, nos hemos
dedicado a indagar en distintos ámbitos de la realidad, y que los sudores,
angustias y esfuerzos gastados en esta apasionante tarea de la inteligencia, con
el paso del tiempo, han de ir quedando atrás, para dar paso a la tranquilidad
que va asociada al desvelamiento de una Verdad única y radical, que tiene su
fuente en el corazón, no en la recurrente insistencia con que aplicamos nuestro
pensamiento a desvelar la entidad de lo real. Por eso dije que le convenía
amortiguar su ambicioso Proyecto de Investigación, ante la consideración de que
en la línea operativa de la inteligencia no se alcanza el descanso que
afanosamente buscamos con el estudio, porque ese descanso llega al dar entrada
a la operatividad del corazón, que, cautivado por esa Verdad única y radical, remansa
en torno suyo y da unidad de sentido a todas las que, sin avistar un término
alcanzable, vamos descubriendo en nuestra tarea pensante.
Si el afán de saber se confía
solo al pensamiento, el resultado del esfuerzo en las ciencias humanas es la
producción de monstruosos sistemas raciocinantes
(es el “palabro” que usa tu madre en su escrito), que nacen clausurados a una realidad
inefable que la razón no puede abarcar, reprimiendo la libertad y sin apaciguar
la aspiración a la verdad de la que provienen (p.ej. Kelsen en el ámbito de la
Filosofía del Derecho). O, en el ámbito de las ciencias experimentales,
bioquímicas y físico-matemáticas, avances en una dirección que, como supuestos
progresos, terminan volviéndose en contra de la misma humanidad que los ha generado
(p.ej. la locura del transhumanismo).
Contrariamente, la verdad del
corazón impregna la ciencia de Sabiduría, acompañando de gozo, sabor y fruición a quien la encuentra y participa
en sentido creciente de ella, con una humildad que es refractaria al orgulloso
afán posesivo de la razón. Esta Verdad última ilumina cualquier otro saber
pensante, que sin ella se reduce a la proyección de una pseudo-verdad propia, limitada y parcial, o torcida, de quien la
genera.
La dificultad radica en que la
verdad del corazón no consiste en el desvelamiento de la entidad de un objeto
de conocimiento, sino en una transformación interior, un crecimiento moral en la
dirección por la que se va descifrando el misterio de la propia existencia. Es
un despliegue interior que abre un cauce de retorno y conexión con el propio
Origen, en un proceso que revela el misterio del Amor, que lo envuelve todo sin
un término preciso, como lo tiene toda actividad pensante. Por eso corrí el
riesgo del ridículo, cantando ante el Tribunal y el abundante público que
llenaba la sala la estrofa “love is in
the air” de John Paul Young.
La vivencia de esta Verdad única
y abarcante cambia la alternancia ansiedad/satisfacción que genera todo esfuerzo
pensante en una apacible dedicación, asentada ya en la certeza de la Verdad
encontrada, y convierte ese esfuerzo en un afán de correspondencia al don
recibido, a la misma altura y con igual dignidad que cualquier otra dedicación
no teórica, por muy práctica y servicial que ésta sea.
Por eso dije en la sesión en la
que tu madre obtuvo la Titularidad que el órgano de la verdad no es
principalmente la inteligencia, con su proyección hacia afuera, sino el corazón
que mira adentro y encuentra en él el Amor como la fuente última de toda
verdad, lejos de cualquier forma de intelectualismo.
This is it!
Un abrazo, Guillermo.