Juan José Pérez-Soba, El amor: introducción a un misterio.
BAC, Madrid, 2011.
Acabo de terminar este libro sobre el amor, una actividad propia de la voluntad, la cual, junto con la inteligencia, son las dos facultades del
alma humana. Su lectura me ha desvelado algunos de los misterios de esta sublime
experiencia humana que concentra gran parte de nuestra energía vital. Es un
libro bien escrito y profundo, que exige una lectura pausada y tranquila poder sacarle
provecho.
El efecto que ha tenido sobre mí la lectura de su Primera Parte, en el que se trata sobre la luz del amor en sí misma y su estructura básica, está marcado por
las angustias y ansiedades que pasé mientras trabajaba en mi tesis doctoral
sobre la “autonomía moral” del ciudadano en relación con las intromisiones de
la legislación del Estado en su vida privada. Estas intromisiones se refieren,
por ejemplo, a la obligación de llevar puesto el cinturón de seguridad cuando
conduzco, con la finalidad supuestamente benéfica de favorecer mi seguridad
personal. O, como ocurre en otros países, a la obligación de tener que esperar
un plazo (cooling period) antes de
autorizar un divorcio o un aborto, para que las partes puedan repensar mejor continuar
adelante con decisiones tan graves.
En aquella época estudié las
condiciones de la acción de un agente autónomo, y, para ello, me adentré en
la estructura de la deliberación previa a la acción, según los distintos “niveles
de preferencias” (por ejemplo en el caso de que quiera al mismo tiempo fumar y
dejar de fumar, o comer y no engordar) y la consideración de las “razones” que
tengo para actuar, como elementos del razonamiento práctico conducente a la
acción. Para ello seguí a autores ingleses y norteamericanos principalmente,
que cultivaban la corriente denominada “filosofía analítica”.
Pasé no pocas angustias y ansiedades porque, si bien pude comprender
enseguida, y sentirme cómodo estudiando el elemento cognitivo, la deliberación
previa a la acción, por ningún lado encontraba el elemento volitivo en la acción, hasta el punto de llegar a pensar, inducido
por algunos autores encuadrados dentro de la corriente de pensamiento que he
mencionado, que la potencia voluntaria no era más que una ficción. No veía otra
“iluminación” en la acción intencional
(voluntaria) que la que proporcionaba la inteligencia
mediante un razonamiento práctico conclusivo, respecto al cual la acción se me
mostraba como un resultado meramente
consecuencial(1).
El asunto comenzó a cambiar cuando en la edición en español de After Virtue de Alasdair MacIntire,
sentado en el césped a la vera de la Facultad de Derecho, leí que “el ‘bien’ o ‘lo bueno’ es aquello
a lo que el ser humano característicamente tiende”(2). Y se fue aclarando más adelante, cuando
en el conocido ensayo Intention de
G.E.M. Anscombre, se dice que “la característica del conocimiento práctico es
que el objeto querido se encuentra a
cierta distancia de la acción
inmediata para lograrlo”(3). Ello, junto con el análisis del doble
conocimiento, inferencial o por observación, y otro sin observación de la
acción que realizo(4), fue abriendo mi mente a la comprensión del elemento orético que preside la acción de un
individuo “autónomo”, y que, en cuanto acción autónoma, habría de ser refractaria
a cualquier “intervención paternalista” del Estado.
Con la lectura del libro del Prof. Pérez-Soba sobre el misterio del amor,
todo el trastorno que me provocó el esquematismo analítico en la investigación
sobre la acción, que ya casi había olvidado, se convirtió en paz y esperanza, pues
he podido ahondar en la comprensión del agente como criatura de Dios, es decir, que su entidad no se agota por su
pertenencia a una clase de seres, como es la especie humana, sino que su identidad constituye una “novedad”
irreductible a cualquier categorización, que se experimenta íntimamente como un
don de lo “absolutamente Otro”, del mysterium
tremedum et fascinosum del que habla Rodolfo Otto en su ya clásico libro Lo Santo(5). Así, dice Santo Tomás que “el amor es por su misma esencia el Don Originario del que derivan
naturalmente los demás dones”(6). El Prof. Pérez-Soba, comentando a San
Agustín, resalta la importancia de dar el “paso de centrar el amor en el
movimiento, al ser, que es el principio
del movimiento”, con lo que el amor se constituye en “un principio anterior a
nuestra conciencia, que está presente en cualquier acto y, al mismo tiempo,
permite comprender la ambigüedad con la cual el hombre vive el amor como una fuerza que le puede conducir a lo
mejor o a lo peor” (pp. 45-46).
Con este presupuesto, se entiende que la voluntad, concentrada en la
“decisión” como su operación propia, con el “hacer” consecuente, distancie la acción del objeto querido, según
la cita de Anscombe que he transcrito antes, puesto que apunta siempre a un
“querer más” que no se consuma en presente(7). Toda decisión particular surge,
en último término, como un acto del tender radical de la persona, la “fuerza”
del amor, como lo llama el Prof. Pérez-Soba, que es reclamada en su origen como
criatura del Amor Increado.
La decisión particular no consuma
esta tendencia radical al apropiarse de su objeto, como ocurre con el acto de
conocer(8), pues se aboliría respecto a él, sino que involucra reflexivamente
al sujeto en los mismos términos del acto de querer, separándose de él, a la
vez que ilumina al que quiere, forjando
su identidad según la realidad “querida”. En la pág. 49 del libro se dice que
“esta unidad de la persona con algo distinto de sí permite percibir un nuevo
modo de aproximarse a la constitución del acto humano por encima de la
divergencia ‘objeto-sujeto’, que es propia de la inteligencia. Se nos abre la
posibilidad de una nueva luz”. Una nueva luz “con un alcance de indudable valor
personal desde un inicio, que solo el amor puede revelar al hombre y en el que
se manifiesta su mayor originalidad” (p. 29). Y más adelante se dice que “la
originalidad de esta unión afectiva es, pues, de tal contenido antropológico,
que ha de decirse que existe una ‘verdad del afecto’ que permanece como una
guía interna de cualquier acción humana” (p. 53). Y yo digo, ¿qué mayor verdad del afecto que la del
enamoramiento, si es correspondido, por el cual un sujeto se constituye en
“otro” para otra persona, según una “dinámica donal” de entrega y servicio que
retroalimenta recíprocamente el ser de quienes se aman, sin detrimento de la
alteridad, provocando “una cierta transformación en el amante” (pág. 52); o la verdad
sublime de la unión mística de quienes tienen la fortuna de recibir y vivir
respirando el soplo del Espíritu Santo?
Esta nueva luz es, a mi juicio, la
asistencia del íntimo fondo del hombre/mujer a su querer, que ratifica una dinámica ascendente de
perfección en el propio ser, o reclama rectificar(9),
y, que, en cuanto luz o “iluminación”, constituye la guía eminente de la
moralidad del acto humano, según sea su adecuación a la naturaleza que le es
propia y su correspondencia obediente al don recibido del Amor Increado. Cito
otra vez a nuestro autor cuando dice: “La creación no es un escenario bello sin
más, donde colocar las realidades creadas con un orden, sino que en su dinámica
tiende a una perfección hacia la que se mueven íntimamente todas las criaturas
(…) de la consabida escala de seres que se nos aparecen de un modo creciente
hasta terminar en la ‘imagen y semejanza’ (Gén 1, 26) que es el hombre” (pp.
44-45).
La mirada “interna” del amor supera, y es capaz de integrar la dicotomía
excluyente en la que oscilan las propuestas éticas de la modernidad, a las que
se alude en el Cap. I del libro: a) La consideración del “deber” que
fundamenta la norma, como único principio de moralidad, considerado como un mero
“dato” de conciencia, y b) La “utilidad”, como bien cuantificable desde fuera, con
independencia de la experiencia del agente, con la que se justifica el curso de
la acción. Como se dice en
la pág. XVII del libro del Prof.
Pérez-Soba, “el amor es una guía fundamental para poder discernir con sabiduría
el valor definitivo de todo lo que se vive”. La ética del amor logra integrar la
norma como conformidad con la
naturaleza y el bien como dinámica de
perfeccionamiento vinculada a la felicidad personal.
El amor revela que la “justicia” ha de ser completada por la “piedad”, entendida
como disposición de ser “otro” para los “otros”, para poder fundamentar cualquier
grado de vinculación social. En el amor arraiga la fraternidad genuina, generadora de un bien que es fruto del
encuentro amoroso, y que existe en cuanto es “común”. De él se alimenta el bien
individual(10). Sin la piedad el encuentro
se transmuta en intercambio y el don en interés, con base una ficticia fraternidad
revolucionaria que, inevitablemente, degenera en conflicto. La constatación
de que nos seguimos amando, aunque sea sin la universalidad que exige la
profundidad del amor de un Padre común, desvelada en este libro, es la prueba
de que el mundo sigue “encantado”, y que a pesar de Max Weber, el reino de lo
invisible no está definitivamente agotado(11).
Antes de concluir quisiera mencionar una cierta inquietud por la
determinación con que se prescinde en el libro del Prof. Pérez-Soba de la
terminología al uso en el estudio de las cuestiones referentes a la operación
propia de la voluntad, reconduciendo el análisis al uso analógico del término “amor”,
lleno de carga emocional, o “afecto”, términos que adolecen de una extensión en
su significado que va en detrimento de su intensión. Así, si no me equivoco, la
clásica categoría de la voluntas ut
natura, no aparece mencionada más que una vez en la p. 55, o el empleo del
término “acción” en lugar del uso activo,
o la misma decisión, como acto propio
de la voluntad, de la cual se dice textualmente que “su acto propio es,
precisamente, el amor” (p. 54). Tampoco se aprecia un análisis de la noción de facultad, como potencia del alma que, en
el caso de la voluntad, se actualiza con el querer. Creo que ensayar con la
terminología filosófica más reciente, con escasa referencia a la ya consolidada,
y sin dejar de lado la vulgarizada, puede dificultar el estudio de una realidad
como el amor, en la que está comprometido el ser sin restricción, y arriesgar
que la investigación sea, según la máxima agustiniana, un magni
passus sed extra viam(12).
Finalmente, me pregunto si en la futura sistemática de una “teología del
amor”, que en el libro se anuncia en la pág. 63, se aludirá a su culminación, con la posesión de Dios
en la vida futura, Verdad suprema y Bien absoluto, como corresponde a la
profundidad del espíritu humano que se manifiesta en esta vida con la experiencia
amorosa. Esta culminación tradicionalmente se estudia bajo la denominación de
los “novísimos”, en los que se incluyen la muerte y el juicio, el infierno, el
purgatorio y la vida eterna en el Cielo llena de plenitud y frescor siempre
nuevo(13).
NOTAS:
(1) "La forma en que se suele dar cuenta de la
noción de <motivo> (o <razón> en sentido explicativo), (...)
consiste en describirlo como una combinación de creencias y deseos.
(...) Se da por sentado que su significado es claro: se supone que cuando una
persona actúa intencionalmente lo
que sucede, a grandes rasgos, es que valora positivamente cierto estado de
cosas, cree que cierta acción producirá o promoverá dicho estado de cosas y por
lo tanto actúa" BAYON, J.C.: La
normatividad del derecho: deber jurídico y razones para la acción, Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales, 1991, pp. 47-48.
(2) MACINTYRE, A.: Tras la virtud, Editorial Crítica,
Barcelona, 1987, p. 187.
(3) ANSCOMBE, G.E.M.: Intención, Paidos, Barcelona, 1991,
p. p. 138.
(4) "Por un lado, no puedo tener un
conocimiento no inferencial de mi acción de mover el brazo si no siento, o de
otra forma observo, que se mueve. Pero la observación sólo me da un
conocimiento de mi brazo moviéndose, no de mi acción pues resulta extraño decir que estoy
observando mi propia acción. Por otro lado, defender un conocimiento no
observacional de mi acción también es extraño, puesto que el moverse de mi
brazo requiere un conocimiento observacional de que se mueve. Por lo tanto el
conocimiento de mi acción no es ni uno ni otro solamente". ODEGARD, D.: "Volition and Action", en American Philosophical Quarterly, 25 (1988), n.2, p.146.
(5) OTTO, R.: Lo Santo. Los racional y lo irracional en la
idea de Dios, Revista de Occidente, Madrid, 1975.
(6)
S. Th. I, 38, 2, resp. Cita tomada del texto del Card. Joseph Ratzinger: El hombre entre la reproducción y la
creación. http://capellania.unisabana.edu.co/controversias/ratzinger1.pdf
(27/10/2011).
(7) Como dice el Maestro Eckart , se vive para vivir: “Puedes
interrogar a la vida misma durante mil años con esta pregunta : ¿”Por qué
vives”? Y la única respuesta que siempre obtendrías sería “vivo para vivir”
¿Por qué sucede esto? Porque la vida proviene de su propio fundamento y surge
de sí misma. Por lo tanto, la vida vive sin una razón; la vida vive para sí
misma”. Sermón nº 58.
(8)
“Querer es una operación cuyo
objeto es extrínseco a la facultad volitiva, mientras que entender es una
cierta posesión cuyo objeto es intrínseco a la facultad intelectiva”.
MILLÁN-PUELLES, A.: Fundamentos de
filosofía, Rialp, Madrid, 1958, p. 375.
(9)
En su Sermón XX el Maestro Eckart escribe: “La chispita del alma, que fue creada por Dios y es una luz impresa desde
arriba y una imagen de la naturaleza divina”, a lo que añade: “Dice San Agustín
que la chispita está más adentrada en la verdad quetodo cuanto el hombre pueda
aprender”. En otro de estos sermones le da el nombre de boca del alma: “Ahí el
Padre engendra a su Hijo en el alma, y ahí le habla a ella”. MEISTER ECKART:
Tratados y semones, trad. Castellana de Ilse M. de Brugger, Varcelona, Edhasa,
1983, pp. 438 y 699.
(10) Se podría decir que el individuo es a la comunidad como la letra
es a la palabra.
(11) GAUCHET, M.: El desencantamiento del mundo. Una historia
política de la religión, Trotta, Madrid, 2005, p.9.
(12) “El hombre no está preso en el gabinete de espejos de las
interpretaciones; él puede y debe irrumpir hacia lo real, que se halla detrás
de las palabras y que a él se le muestra en las palabras y por medio de ellas”.
RATZINGER, J.: Fe, verdad y tolerancia, Sígueme,
Salamanca, 2005, p. 165.
(13) GARRIGOU-LAGRANGE, R.: La vida eterna y la profundidad del alma,
Rialp, Madrid, 1950.
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