¿Qué
es el espíritu público? Es la percepción y la pasión del bien común, la cual es
la base de un buen gobernante y aun de un perfecto funcionario. ¿Es lo mismo que
el patriotismo? No es lo mismo. El patriotismo es de todos, y el espíritu
público es de hombres y mujeres superiores, de una minoría selecta, que puede
ser casi mayoría o bien puede reducirse al extremo en las sociedades que están
en decadencia. Se puede decir que es la parte superior del patriotismo.
Habitualmente
el espíritu público requiere fina cultura intelectual, porque el «bien común»
sólo lo ven los capaces de ver lo general y de percibir claramente una cantidad de cosas
invisibles, como la justicia, el orden, la paz, el honor, la dignidad, la
grandeza; cosas en que consiste el verdadero vínculo que forma un pueblo. Si el bien
nacional consistiese solamente en lo económico (como lo creyó el individualismo
liberal del siglo XIX), bien se podría tener espíritu público poseyendo la aritmética y la avaricia; pero aun para ver
claro lo económico en grande y en general se necesita algo de mente filosófica,
como la tuvo el autor de La riqueza de las naciones, fundador de la
moderna economía política.
¿No
dice nada el hecho de que los fundadores del imperio inglés (imperio
eminentemente económico) poseían todos una formación filosófica traída de
Oxford y Cambridge? Así, pues, el espíritu público supone una superioridad
espiritual y una excelencia humana que es imposible tengan todos, ni siquiera
la mayoría, y es la señal y la condición de una convivencia sana. Decir que un
hombre o una mujer tiene «espíritu público» es hacerle gran alabanza.
Analizando
el espíritu público se ve que consta de las siguientes formalidades:
1.
Percepción
intelectual no confusa, sino clara, del bien común o interés general, que no se
confunde con el bien particular de una familia, un grupo o una «clase» tan
siquiera. Esta percepción requiere amplitud de miras y un hondo convencimiento.
2.
Voluntad recta de promover
ese bien general de forma habitual y constante.
3.
Los afectos
y sentimientos que forman y actualizan esa voluntad, que se podrían resumir en
la expresión «pasión política» si estas dos palabras no fueran tan equívocas.
Tomás de Aquino diría que el espíritu público no es más que una forma superior de la «caridad»,
o sea amor a Dios y al prójimo; y Dante los pondría en el segundo y tercer
cielo: el cielo de Saturno y de Marte. Feliz, pues, el país que tenga hombres y
mujeres con el espíritu público puesto en su lugar, y desdichado el país que no
los tenga, porque, sin ser politiqueros, estarán capacitados para ser
«políticos», en el sentido noble que da Baltasar Gracián al vocablo.
En su gran
serie de novelas La comedia humana, Balzac registra la decadencia del
espíritu público en Francia a partir del segundo imperio o dictadura de
Napoleón III; período que califica, con frase genial, una tiranía moderada por la corrupción.
Las
universidades han de atender a la «formación política» de los jóvenes
insistiendo en la importancia de las humanidades, encaminadas a la obtención del espíritu público. La grandeza de un pueblo se mide por la abundancia de
hombres y mujeres con espíritu público, hasta llegar a la lucha y a la muerte
martirial. Que Dios nos conserve esa gran excelencia humana.
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