martes, 4 de diciembre de 2012

Un elogio al tabaco

Esto es lo que le dijo Hans Castorp a Joachim mientras daban un paseo, según cuenta Thomas Mann en La montaña mágica:

-No fumo  nunca -respondió  Joachim-. ¿Para   qué   he  de  fumar?

-No comprendo eso -dijo Hans Castorp-. No comprendo que se pueda vivir sin fumar. Es privarse, sin duda alguna, de una buena parte de la existencia y, en todo caso, de un placer muy considerable. Cuando me despierto ya me alegra el pensar que podré fumar durante el día, y cuando como tengo el mismo pensamiento. Sí, puedo decir, en cierto modo, que como para poder luego fumar y creo que no exagero mucho. Un día sin tabaco sería para mí el colmo del aburrimiento, sería un día absolutamente vacío e insípido, y si, por la mañana, tuviese que decirme: «hoy no podré fumar», creo que no tendría valor para  levantarme. Te juro que me quedaría en la cama. Mira, cuando se tiene un cigarro que arde bien (naturalmente, no ha de haber ningún agujero, ni debe arder mal, esto es una cosa completamente desagradable), cuando se tiene un buen cigarro, uno se halla al abrigo de todo. No puede ocurrirle nada desagradable, así: nada desagradable. Es exactamente lo mismo que cuando uno se halla tumbado a la orilla del mar: se está tendido, ¿no es  verdad?, no tiene necesidad de nada, ni de trabajo, ni de distracciones... ¡Gracias a Dios, se fuma en todo el mundo! Este placer, a lo que me parece, no es desconocido en ninguna parte, en ningún sitio a los que uno puede ser lanzado por los azares de la vida. Incluso los exploradores que parten para el Polo Norte se aprovisionan copiosamente de tabaco para toda la duración de sus penosas etapas, y siempre que he leído eso me ha parecido muy simpático. Puede ocurrir que las cosas vayan mal (supongamos, por ejemplo, que me hallo en un estado lamentable); mientras tenga mi cigarro sé que podré soportarlo todo, y que  me ayudará a vencerlo todo.

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