viernes, 28 de julio de 2017

TESTIMONIO SOBRE LEONARDO POLO


Difícilmente puedo escribir un testimonio que esté a la altura de una persona que, sin apenas haberla tratado personalmente, intuitivamente y sin datos precisos considero un ejemplo de vida, un maestro y también un hombre de Dios. Por consiguiente, lo que digo a continuación no tiene otro valor que contar, a vuelapluma y con sincera espontaneidad, lo que el Prof. Don Leonardo Polo significa para mí. El mero hecho de acceder a testimoniar sobre el Prof. Polo en estas pobres condiciones señala la medida de mi admiración por su persona y su obra.

Conocí a Polo durante los años 1977 y 1978, cuando venía de paso al Colegio Mayor Montalbán y los residentes aprovechábamos para tener un encuentro dialogado con él después de cenar. Una de las mejores noticias que podía recibir en aquellos años era que ¡esta noche hay tertulia con Don Leonardo! Yo no podía de ninguna forma perdérmela, porque desde la primera en la que estuve, su presencia -para mí muy grave, pero desenfadada a la vez- y la luz que encendían en mi interior sus palabras, tanto en comprensión de los temas que se abordaban, como en entusiasmo, no era comparable a nada, ni siquiera a las extraordinarias pláticas de Don José Benito en la capilla del Colegio. Además, las tertulias con él siempre estaban salpicadas de carcajadas, sobre todo cuando iban llegando al final, y para mí era impresionante ver a esa figura con tanta autoridad moral desternillarse de risa. Ahora, pasados los años, estoy convencido de que él disfrutaba tanto en esos encuentros con nosotros, no tanto por que por lo que contaba a unos pelanas, sino por el mero hecho de estar con un grupo de jóvenes con el corazón abierto a la Verdad, a la que él sirvió humildemente, pero como un coloso, toda su vida. En encuentros académicos en los que más adelante coincidí con él como ponente apreciaba que su rigor intelectual no se avenía bien con la admiración que recibía por sus conquistas teóricas. Polo era un auténtico siervo de la Verdad, con afición a “ocultarse y desaparecer”.

Después de este rastro que Polo dejó en mí, durante mi carrera académica en el ámbito de la Filosofía del Derecho, siempre que tuve ocasión, acudía a escucharle y, en la medida de lo posible, a hacerle alguna pregunta si le pillaba entre una y otra conversación con la gente, ya que en el ámbito académico Polo siempre ha sido una celebridad. Me acuerdo que cuando estaba estudiando el tema de la autonomía moral individual le asalté con una rápida pregunta sobre Kant por algún pasillo, y, volviéndose, me dijo que la autonomía de Kant “era un churro”. En otra ocasión le pregunté sobre alguna fuente consistente para conocer la filosofía analítica inglesa, en la que andaba bastante perdido con sus alambicales razonamientos, y me dijo que leyera a Anscombe: “esa sí que los conoce bien”. Desde entonces ya no me separé de ella, aunque seguí tan alambicado como antes, pero con la seguridad de que ya no estaba perdiendo el tiempo. Ja. Una vez le escribí una carta, por si podía enviarme un escrito suyo no publicado, a la que recibí una muy amable contestación con el escrito que le pedía. Disfruté mucho leyéndolo porque eran unos apuntes de algún oyente de sus clases, corregidos con su letra minúscula, escrita con pluma de trazo gordo.

Mi último encuentro fue, hace pocos años, en el IESE de Madrid, donde tuve la suerte de almorzar con él y otros comensales en la misma mesa. Me marché encantado de haber vuelto a coincidir con mi “maestro a distancia”, ya que no tuve la suerte de ser, como se diría ahora, alumno suyo “presencial”. En ese mismo encuentro me impresionó el abrazo que se dio con Jacinto Choza, otro pensador que conozco y admiro, por su cercanía en el trato y la envergadura teórica de sus escritos. Ese acto manifestó para mí una amistad abismal, como pocas veces he visto o experimentado en mi vida.

Mi admiración por el Prof. Polo se convierte en veneración si tengo que referirme a sus escritos. Debido a mi especialidad, no me he dedicado full time a penetrar en el núcleo de su pensamiento filosófico, un empeño que creo apto sólo para quienes son filósofos de raza, ni tampoco ejercido su método de abandono del límite mental, que para mí podría asemejarse a alcanzar un estado místico. Pero sí le he dedicado tiempo a estudiar sus observaciones sobre cuestiones que directamente afectan a mi disciplina, como por ejemplo el “derecho fundamental a la vida”. Después de estudiar sus escritos sobre la vida, he podido proponer su adecuada formulación como un “derecho fundamental del viviente a su propio organismo”, lo cual echa por tierra todas las argumentaciones que justifican un trato jurídico desigual del nasciturus según las etapas del desarrollo desde que es concebido. O su calificación como “socialista con tendencia individualista” de John Rawls, invirtiendo así la convicción de la generalidad de la academia, que lo considera el referente actual del debate liberal sobre la Justicia.

Fui a su funeral en Madrid, en el oratorio Caballero de Gracia, para unirme a la oración por su alma y encontrarme con mis amigos “polianos”, pero asistía convencido de que estaba en un flipped context, usando la denominación de la educación más avanzada, en el que era él quien intercedía por nosotros, porque tengo una certeza interior de que falleció con un pasaporte para el Paraíso. Por eso me referí al principio de este testimonio a “lo que Polo significa para mí” en vez de “lo que significó”, porque este hombre sigue presente en mi vida, no sólo a través de sus escritos, sino como devoto suyo, en cuyas manos suelo poner mi comprensión de los textos crípticos de los que a veces me tengo que ocupar, y que, por mucho los fatigue, no alcanzo a entender del todo bien.

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