domingo, 20 de mayo de 2018

Carta sobre el intelectualismo


Querido Ignacio:

Cuando tomé la palabra el jueves pasado, en el turno de respuestas a la intervención de tu madre, quise aclarar que no fue mi intención criticar un exceso de ambición en los objetivos del Proyecto de Investigación que presentó ante el Tribunal. En absoluto fue esa mi intención, sino la de remarcar que el afán investigador que reflejaba es el denominador común de todos los que, por vocación, nos hemos dedicado a indagar en distintos ámbitos de la realidad, y que los sudores, angustias y esfuerzos gastados en esta apasionante tarea de la inteligencia, con el paso del tiempo, han de ir quedando atrás, para dar paso a la tranquilidad que va asociada al desvelamiento de una Verdad única y radical, que tiene su fuente en el corazón, no en la recurrente insistencia con que aplicamos nuestro pensamiento a desvelar la entidad de lo real. Por eso dije que le convenía amortiguar su ambicioso Proyecto de Investigación, ante la consideración de que en la línea operativa de la inteligencia no se alcanza el descanso que afanosamente buscamos con el estudio, porque ese descanso llega al dar entrada a la operatividad del corazón, que, cautivado por esa Verdad única y radical, remansa en torno suyo y da unidad de sentido a todas las que, sin avistar un término alcanzable, vamos descubriendo en nuestra tarea pensante.

Si el afán de saber se confía solo al pensamiento, el resultado del esfuerzo en las ciencias humanas es la producción de monstruosos sistemas raciocinantes (es el “palabro” que usa tu madre en su escrito), que nacen clausurados a una realidad inefable que la razón no puede abarcar, reprimiendo la libertad y sin apaciguar la aspiración a la verdad de la que provienen (p.ej. Kelsen en el ámbito de la Filosofía del Derecho). O, en el ámbito de las ciencias experimentales, bioquímicas y físico-matemáticas, avances en una dirección que, como supuestos progresos, terminan volviéndose en contra de la misma humanidad que los ha generado (p.ej. la locura del transhumanismo).

Contrariamente, la verdad del corazón impregna la ciencia de Sabiduría, acompañando de gozo, sabor y fruición a quien la encuentra y participa en sentido creciente de ella, con una humildad que es refractaria al orgulloso afán posesivo de la razón. Esta Verdad última ilumina cualquier otro saber pensante, que sin ella se reduce a la proyección de una pseudo-verdad propia, limitada y parcial, o torcida, de quien la genera.

La dificultad radica en que la verdad del corazón no consiste en el desvelamiento de la entidad de un objeto de conocimiento, sino en una transformación interior, un crecimiento moral en la dirección por la que se va descifrando el misterio de la propia existencia. Es un despliegue interior que abre un cauce de retorno y conexión con el propio Origen, en un proceso que revela el misterio del Amor, que lo envuelve todo sin un término preciso, como lo tiene toda actividad pensante. Por eso corrí el riesgo del ridículo, cantando ante el Tribunal y el abundante público que llenaba la sala la estrofa “love is in the air” de John Paul Young.

La vivencia de esta Verdad única y abarcante cambia la alternancia ansiedad/satisfacción que genera todo esfuerzo pensante en una apacible dedicación, asentada ya en la certeza de la Verdad encontrada, y convierte ese esfuerzo en un afán de correspondencia al don recibido, a la misma altura y con igual dignidad que cualquier otra dedicación no teórica, por muy práctica y servicial que ésta sea.
Por eso dije en la sesión en la que tu madre obtuvo la Titularidad que el órgano de la verdad no es principalmente la inteligencia, con su proyección hacia afuera, sino el corazón que mira adentro y encuentra en él el Amor como la fuente última de toda verdad, lejos de cualquier forma de intelectualismo. This is it!

Un abrazo, Guillermo.

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